martes, 7 de octubre de 2014
lunes, 6 de octubre de 2014
Himno de la IM en Venezuela
Hoy Infancia Misionera por el
mundo va veloz, su mensaje sin
fronteras va gritando con ardor .
Son los niños corazón de la Iglesia
Misionera, mensajeros del amor,
de la paz y fe sincera.
POR CRISTO, LUCHAREMOS,
CON CRISTO , SEREMOS LUZ,
EN CRISTO, VENCEREMOS,
CON MARIA NUESTRA MADRE
Y CON EL SIGNO DE LA CRUZ.
Testimonio muy ardiente de
Cristo hemos de dar, "porque Cristo
es exigente" dijo el Papa no olvidar .
Nuestra Iglesia en Venezuela adelanta
una Misión, con Infancia Misionera
ella cuenta sin temor .
POR CRISTO, LUCHAREMOS,
CON CRISTO , SEREMOS LUZ,
EN CRISTO, VENCEREMOS,
CON MARIA NUESTRA MADRE
Y CON EL SIGNO DE LA CRUZ.
El niño y la oración es un tema
misional, compromiso todo amor,
apartándose de¡ mal.
La plegaria Misionera nos anima a
compartir, predicar la Buena Nueva
unidos todos en la lid.
POR CRISTO, LUCHAREMOS,
CON CRISTO , SEREMOS LUZ,
EN CRISTO, VENCEREMOS,
CON MARIA NUESTRA MADRE
Y CON EL SIGNO DE LA CRUZ.
El amor a los hermanos es consigna
eciesial, hijos todos de un buen
Padre, el servicio es celestial.
Compromiso Misionero, con la Iglesia
y el hogar, estudiando con esmero y
este Reino edificar .
Oración del Niño Misionero
Papito Dios:
Tú me has creado con todo el cariño que puede tu corazón, y quieres que sea tu misionero, que hable de tu amor a mis amigos y hermanos, y que lleve a casa y al colegio tu mensaje salvador.
Tu sabes que no tengo riquezas materiales, pero te ofrezco lo que tu me has dado: mis manos para ayudar a otros, mi corazón para amar a todos los niños del mundo, mi inteligencia para fabricar un mundo mejor, mi voz para hablar de ti a quienes no te conocen, mis pies para llevar tu palabra a quien anda triste.
Todo esto me lo has dado y no quiero guardármelo para mi solito.
Lléname de valentía, señor. Yo se que juntos podremos devolverle al mundo la felicidad. Amen
jueves, 25 de septiembre de 2014
Parabola del Trigo
Mirad qué contento está este campesino porque el campo está lleno de trigo! Jesús dijo un día: «El reino de los cielos es como la semilla que siembra el hombre en la tierra. El hombre duerme de noche y se levanta de día, y la semilla crece hasta que se convierte en trigo». El trigo ha crecido gracias a los cuidados del labrador, pero sobre todo porque Dios ha dado su gracia, su sol, su lluvia... Pues así crece dentro de nuestra alma el Reino de Dios.
viernes, 19 de septiembre de 2014
"Los niños ayudan a los niños"
La Obra de la Infancia Misionera
constituye “una verdadera red de solidaridad humana y espiritual entre
los niños de los antiguos y nuevos continentes” (Juan Pablo II). En
ella “los niños ayudan a los niños” en un dar y recibir recíprocos.
Se trata de un importante recurso formativo, orientado a que los niños
aprendan a participar de una manera activa y concreta en el anuncio de
la Buena Noticia. Con su oración, sus ofrecimientos personales, su
colaboración económica y su apertura a la posible vocación misionera,
los niños ponen su granito de arena para transformar el mundo con el
mensaje alegre y esperanzador del Evangelio y experimentan lo que es
ser “pequeños misioneros”.
¿Que es el DOMUND?
El DOMUND es el día en que la Iglesia universal reza por los misioneros y misioneras y colabora con ellos en su labor evangelizadora desarrollada entre los más pobres.
La Jornada Mundial de las Misiones, conocida en España como DOMUND, se celebra en todo el mundo el cuarto domingo de octubre. El DOMUND es una llamada de atención sobre la común responsabilidad de todos los cristianos en la evangelización e invita a amar y apoyar la causa misionera. Los misioneros dan a conocer a todos el mensaje de Jesús, especialmente en aquellos lugares del mundo donde el Evangelio está en sus comienzos y la Iglesia aún no está asentada.
Estos
lugares son conocidos como Territorios de Misión, están confiados a la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos y dependen en gran medida de
la labor de los misioneros y del sostenimiento económico las Obras Misionales
Pontificias de todo el mundo. Mediante el DOMUND, la Iglesia trata de cubrir
estas carencias y ayudar a los más desfavorecidos a través de los misioneros.
El
DOMUND es el momento culminante de una corriente de animación misionera y de
cooperación con las misiones que se realiza durante todo el año, pero de una
manera muy especial durante el “Octubre Misionero”, el mes de las misiones.
¿Por
qué celebramos el DOMUND?
La
supervivencia de los Territorios de Misión depende de los donativos.
El DOMUND es una llamada a la colaboración económica de los fieles. Gracias a
su generosidad se construyen templos, se compran vehículos, se forman
catequistas, se atienden proyectos sociales, sanitarios y educativos en las
misiones.
Cada
año llevan se llevan a cabo Proyectos
Pastorales como:
La
construcción de iglesias y capillas; la compra y sostenimiento de vehículos
para la pastoral; la formación básica y permanente de los responsables de la
pastoral; el sostenimiento de comunidades religiosas; el mantenimiento de los
catequistas misioneros;
ambién se realizan Proyectos Sociales, Educativos y Sanitarios:
ambién se realizan Proyectos Sociales, Educativos y Sanitarios:
La
Iglesia tiene una amplia labor social y educativa en todo el mundo: atiende a
117.119 instituciones sociales: hospitales, residencias de ancianos, orfanatos
y comedores para personas necesitadas en todo el mundo. Se encarga de 209.688
instituciones educativas: guarderías, escuelas, universidades y centros de
formación profesional.
En
los Territorios de Misión la Iglesia atiende a 26.711 instituciones sociales.
Esto significa que el 22,81% de las instituciones sociales del mundo están en
la Misión. La Iglesia en estos territorios también se encarga de 99.045
instituciones educativas, lo que representa el 47,23% del total de
instituciones educativas que tiene la Iglesia.
Todos
estos proyectos son financiados con los donativos recogidos en el DOMUND. Las
misiones siguen necesitando nuestra ayuda económica por eso muy necesaria toda
nuestra colaboración.
viernes, 12 de septiembre de 2014
Exhortación Apostolica "EVANGELII GAUDIUM"
Capítulo primero: La transformación misionera de la IglesiaEste capítulo se divide en cinco apartados que quieren plantear los criterios que el Papa propone para que la Iglesia se coloque toda ella en clave misionera en respuesta al mandato de Jesús (Mt 28, 19-20).
I. Una Iglesia en salida (20-24): con el modelo de Jesús y los Apóstoles, el Papa exhorta a cada cristiano y cada comunidad a “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20). El encuentro íntimo con Jesús lleva a una “intimidad itinerante” y es una “comunión misionera” y propone el Papa un esquema en pasos para esa salida de sí: “Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar” (EG 24).
II. Pastoral en conversión (25-33): el Papa reconoce que no se puede “dejar las cosas como están” y pide a todas las comunidades una “conversión pastoral y misionera” (EG 25). Así, para tal conversión recuerda a Pablo VI y al Concilio Vaticano II que enseñan que la renovación de la Iglesia se realiza en fidelidad a la propia vocación (EG 26) y quiere que esa renovación alcance todo: costumbres, estilos, horarios, lenguaje y toda estructura (EG 27). Así, pasa revista a algunos aspectos de esa renovación para la parroquia, los movimientos e instituciones eclesiales, las diócesis, el Obispo y el Papado.
III. Desde el corazón del Evangelio (34-39): luego de señalar que la Iglesia tiene que “convertirse”, el Papa se detiene a explicar cómo la evangelización debe presentar “el núcleo esencial del Evangelio” que otorga “sentido, hermosura y atractivo” a todos los contenidos de la fe (EG 34). El Papa escribe teniendo presente que hoy ante “la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado” (EG 34). Se refiere a la jerarquía de verdades en la doctrina católica (EG 36) y también a la jerarquía de las virtudes, señalando la principalidad de la ley nueva que está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor (EG 37, con cita de Santo Tomás de Aquino). Pide entonces que no mutilemos la integralidad del mensaje del Evangelio.
IV. La misión que se encarna en los límites humanos (40-45): en la misión, el Papa señala por un lado la existencia de distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral que enriquecen a la Iglesia y desarrollan mejor la inagotable riqueza del Evangelio (EG 40) y se detiene en la importancia del lenguaje para que el anuncio del Evangelio y su belleza sea mejor percibida por todos. Refiere a algunas costumbres propias de la Iglesia que no están directamente ligadas al núcleo del Evangelio y que pueden ser revisadas y también a algunos preceptos eclesiales (EG 43). Pone especial énfasis en la importancia de acompañar con misericordia y paciencia las etapas de crecimiento de las personas, porque la tarea evangelizadora “se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias” (EG 45).
V. Una madre de corazón abierto (46-49): remitiendo al pasaje del hijo pródigo y el padre misericordioso, el Papa señala que quiere una Iglesia “de puertas abiertas”, que no sea una “aduana”, sino “la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG 47).
Capítulo segundo: En la crisis del compromiso comunitario
Luego de haber presentado los criterios que deben guiar a la Iglesia en su renovación para cumplir con el mandato misionero de Jesús, en dos apartados en el capítulo II el Papa realiza un agudo diagnóstico tanto de la cultura que condiciona la actividad evangelizadora, como de las tentaciones propias de los agentes evangelizadores.
I. Algunos desafíos del mundo actual (52-75): este primer apartado es un actualizado diagnóstico cultural de cara a la tarea evangelizadora de la Iglesia. Comienza con una fuerte interpelación:
- “No a una economía de la exclusión (53-54)”,
- “No a la nueva idolatría del dinero (55-56)”,
- “No a un dinero que gobierna en lugar de servir (57-58)”,
- “No a la inequidad que genera violencia (59-60)”.
En este apartado también se refiere a “algunos desafíos culturales” (61-67), entre los que se encuentran el relativismo, la persecución religiosa, una cultura predominante donde “lo real cede el lugar a la apariencia”, una globalización que se impone sin respetar la fisonomía cultural de los pueblos, unos nuevos movimientos religiosos que, por un lado tienden al fundamentalismo y por el otro a una espiritualidad individualista sin Dios (EG 63). Refiere a las consecuencias del proceso de secularización que lleva a “una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada” (EG 64), a la “crisis cultural profunda” que atraviesa la familia y al estilo de vida individualista que debilita los vínculos.
En ese contexto, señala los “desafíos de la inculturación de la fe” (68-70) y la importancia de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. También analiza los “desafíos de las culturas urbanas” (71-75), en un novedoso enfoque que señala cómo en la ciudad lo religioso está mediado por diferentes estilos de vida y la necesidad de “imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas para los habitantes urbanos (EG 73). Pide a la Iglesia llegar “allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades” (EG 74). Finalmente presenta los “males urbanos” y la importancia de la Iglesia de vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos.
II. Tentaciones de los agentes pastorales (76-109): con la sabiduría de un padre espiritual, el Papa realiza una profunda interpelación a los agentes evangelizadores sobre sus actitudes más profundas y su fidelidad al Evangelio. Así,
- el Papa pide una espiritualidad misionera llena de entusiasmo, como respuesta a la caída del fervor, al individualismo de los agentes pastorales y a una crisis de identidad que surge por el relativismo que mina las propias convicciones (78-80).
- También pide la alegría evangelizadora como respuesta a la acedia egoísta que paraliza (81-83).
- Otra tentación que denuncia el Papa es el “pesimismo estéril” al que contrapone la esperanza cristiana (84-86).
- Ante la tentación del aislamiento, de la sospecha, la desconfianza y el temor a ser invadidos, el Papa pide a la Iglesia que no nos dejemos robar la comunidad y las “relaciones nuevas” que genera Jesucristo (87-92).
- Otra firme denuncia del Papa se refiere a la mundanidad espiritual, que es un mal que afecta al cristiano de modo que no busca la gloria de Dios sino la gloria propia y los propios intereses y pide que no nos dejemos robar el Evangelio (93-97).
- Finalmente, denuncia la tentación de la “guerra entre nosotros”, que lleva a las divisiones, calumnias, difamaciones, enfrentamientos al interior de la Iglesia y nos pide vivir el ideal del amor fraterno (98-101).
Capítulo tercero: El anuncio del Evangelio
Luego del agudo diagnóstico sobre los condicionamientos culturales y las tentaciones que amenazan a los agentes evangelizadores, el Papa dedica el tercer capítulo a la proclamación explícita de que Jesús es el Señor, que debe primar en toda actividad evangelizadora (EG 110). Este anuncio lo realizada todo el Pueblo de Dios (I), otorgando un lugar especial a la homilía (II), a la preparación de la predicación (III) y a la evangelización para profundizar el kerygma por la catequesis, la educación, el acompañamiento personal, dando centralidad a la Palabra de Dios (IV):
I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio (111-134): en este apartado el Papa recuerda que la salvación de Dios es “para todos” y que todos están llamados a formar parte del Pueblo de Dios (112-114). Para el Papa, “Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia” (EG 113). Ese pueblo asume muchos rostros, de modo que las enseñanzas del Papa se refieren a la relación entre el Evangelio y las culturas (115-118). Para responder a quienes piensan que la evangelización es tarea de algunos, el Papa insiste en que todos estamos llamados a ser discípulos misioneros (119-121). Con estas precisiones, el Papa reflexiona sobre la fuerza evangelizadora de la piedad popular (122-126), señalando que “en la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo” (EG 123). También realiza una propuesta muy clara y accesible para una predicación informal accesible a todos y en todos los lugares, a través de la evangelización persona a persona (127-129), y sobre el lugar de los carismas al servicio de la comunión evangelizadora (130-131). Finalmente, presenta algunas reflexiones sobre la evangelización en el campo de la cultura, el pensamiento y la educación (132-134).
II. La homilía (135-144): el Papa otorga un lugar central de su exhortación a la renovación eclesial en torno a la homilía en la convicción que “la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento” (EG 135). El Papa la ubica en su contexto litúrgico (137-138) y recuerda que “la homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración”. Señala como modelo “la conversación de la madre” (139-141) y exhorta a dar palabras que hacen arder los corazones (142-144).
III. La preparación de la predicación (145-159): para el Papa, preparar la predicación “es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral” (EG 145). El Papa pide que ante el texto bíblico, con la ayuda del Espíritu Santo, se evite todo intento de manipulación, se haga un acto de amor y se busque el mensaje central, en lo que llama un “culto a la verdad” (146-148). Para el Papa es fundamental que el predicador viva la personalización de la Palabra (149-151), pues “Jesús se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella” (EG 150). En particular, propone la lectura espiritual o “lectio divina”, como “forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu” (152-153). También insiste el Papa que el predicador tenga “un oído en el pueblo” (154-155) y se detiene en la importancia de los recursos pedagógicos (156-159).
IV. Una evangelización para la profundización del kerygma (160-175): retomando la parte final del mandato misionero de Jesús, que pide que se les enseñe “a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,20), el Papa dedica el último apartado de este capítulo a la formación para profundizar el kerygma. Aquí enfatiza la centralidad del kerygma, que “es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre” (EG 164). Así, explica algunos criterios para la renovación de la catequesis de modo que sea “kerygmática y mistagógica” (163-168). Luego propone la importancia del “acompañamiento personal de los procesos de crecimiento” (169-173) y señala la centralidad de la Palabra de Dios (174-175).
Capítulo cuarto: La dimensión social de la evangelización
Luego de haber reflexionado sobre el anuncio explícito del Evangelio, en el capítulo cuarto el Papa quiere compartir sus “inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (EG 176). Para ello, desarrollará las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma (I), la inclusión social de los pobres (II), el bien común y la paz social (III) y el diálogo social como contribución a la paz (IV).
I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma (177-185): el Papa enfatiza que “el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social” (EG 177) y de allí que presente la relación entre la confesión de la fe y el compromiso social (178-179). Es clave en este sentido la confesión trinitaria con la dignidad de la persona humana (EG 178). En este sentido, conecta esta dimensión social con el Reino de Dios que nos reclama (180-181) y se detiene a decir una palabra, ante las tendencias laicistas, sobre el lugar que tiene la enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales (182-185), afirmando enfáticamente: “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos” (EG 183).
II. La inclusión social de los pobres (186-216): en uno de los apartados más largos de todo el documento, el Papa se detiene mucho en la importancia de escuchar el clamor de los pobres. En primer lugar, señala que si nos unimos a Dios, escuchamos el clamor de Dios (187-192), y retomando las palabras de Jesús en la multiplicación de los panes (Dénles de comer ustedes mismos), dirá que ello “implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos” (EG 188). Recuerda que esta opción por los pobres supone una fidelidad al Evangelio “para no correr en vano”, como afirma San Pablo en Gálatas 2,2 (193-196). El Papa se refiere al lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios (197-201), y es firme al afirmar que “nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos” (EG 201). Se detiene luego en algunos desafíos de la economía y distribución del ingreso (202-208) y en la tarea eclesial de cuidar la fragilidad (209-216): los más pequeños, los lentos, débiles o menos dotados (EG 209), las nuevas formas de pobreza y fragilidad (los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, y los migrantes (EG 210), las personas que son víctimas de la trata (211), las mujeres que sufren exclusión, maltrato y violencia (212), los niños por nacer a quienes se les quiere negar la vida, aclarando que “no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión” (214), pero también señalando que “hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias” (214). Finalmente también habla de la fragilidad del conjunto de la creación (215).
III. El bien común y la paz social (217-237): recordando que “la dignidad de la persona humana y el bien común” son los dos ejes centrales de la vida social, el Papa se detiene a proponer cuatro “principios” necesarios para avanzar en la construcción “de un pueblo en paz, justicia y fraternidad”. Estos cuatro principios son:
- El tiempo es superior al espacio (222-225): aquí enfatiza la importancia de los procesos para construir un pueblo, sabiendo que ello nos permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos.
- La unidad prevalece sobre el conflicto (226-230): para el Papa, en la sociedad el conflicto no puede ser ignorado o disimulado, sino que tiene que ser asumido, sin detenerse en la coyuntura conflictiva sino percibiendo “el sentido de la unidad profunda de la realidad” (EG 226). “Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso: ¡Felices los que trabajan por la paz!” (227). Formula aquí por primera vez la propuesta de un “pacto cultural” que luego retomará en el apartado dedicado al diálogo.
- La realidad es más importante que la idea (231-233): para el Papa, existe una tensión bipolar entre la idea y la realidad y señala que es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma y por ello concluye que la realidad es superior a la idea (231). Este criterio hace a la Encarnación de la Palabra y su puesta en práctica (233).
- El todo es superior a la parte (234-237): finalmente, recogiendo la tensión entre globalización y localización, el Papa señala que “se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia” (235), siguiendo el modelo del “poliedro” que “refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (236).
Capítulo quinto: Evangelizadores con Espíritu
En el capítulo final, el Papa se propone ofrecer “algunas reflexiones acerca del espíritu de la nueva evangelización” (260), invocando al Espíritu Santo que es “el alma de la Iglesia evangelizadora”, para que venga a “renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos” (261). Este capítulo tiene dos apartados: por un lado, las motivaciones para un renovado impulso misionero (I) y por el otro, la presentación de María, Madre de la Evangelización (II).
I. Motivaciones para un renovado impulso misionero (262-283): para el Papa, los evangelizadores tienen que evitar propuestas parciales y desintegradoras y deben conjugar oración y trabajo: “no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón” (262). Así, propone cuatro motivaciones que nos pueden ayudar a imitar el ejemplo de los primeros cristianos:
- La primera motivación es el encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva (264-267), invitando a que todos hagamos experiencia del amor de Dios, pues “una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie” (266).
- La segunda motivación es el gusto espiritual de ser pueblo (268-274), que significa “estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior” (268), tener la pasión por su pueblo que tuvo Jesús, como modelo. Aquí tiene palabras muy interpelantes para los laicos, al decir que “hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego” por la misión de “iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar” de modo que cada uno pueda decir “yo soy una misión en esta tierra” (273).
- La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu (275-280): ante la tentación del pesimismo, el fatalismo y la desconfianza y la idea de que nada se puede cambiar, hay que descubrir que “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza” (275) y que la fe es creer que es verdad que Jesús “nos ama, que vive y que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad” (278), descubriendo el “sentido de misterio” y la certeza de una fecundidad a veces invisible, inaferrable y que no puede ser contabilizada (279). También es confianza en el Espíritu Santo que viene en ayuda de nuestra debilidad (Rm 8, 26).
- La fuerza misionera de la intercesión (281-283): finalmente, propone una forma de oración que “nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión” (281). La intercesión es como “levadura en el seno de la Trinidad” (283), siguiendo el ejemplo del “gran evangelizador” que es San Pablo.
Mensaje del Papa Francisco Para el DOMUND
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes,
en la que todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar,
ya que la Iglesia es misionera por naturaleza: la Iglesia ha nacido “en
salida”. La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las Iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría.
De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece
sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De
alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar el
mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera. Precisamente sobre la
alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera ofrecer una
imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (10, 21-23).
1. El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos,
de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de
Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús.
Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos volvieron
llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera e
inolvidable experiencia misionera. El Maestro Divino les dijo: «No
estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque
vuestros nombres están inscritos en el cielo. En aquella hora, se llenó
de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre” (…). Y
volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Dichosos los ojos que
ven lo que vosotros veis!”» (Lc 10, 20-21.23).
Son tres las escenas que presenta
Lucas. Primero, Jesús habla a sus discípulos, y luego se vuelve hacia el
Padre, y de nuevo comienza a hablar con ellos. Jesús quiere hacer
partícipes a los discípulos de su alegría, que es diferente y superior a
la que ellos habían experimentado.
2. Los discípulos estaban llenos de alegría,
entusiasmados con el poder de liberar a las personas de los demonios.
Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren tanto por el poder
recibido, cuanto por el amor recibido: «porque vuestros nombres están
escritos en el cielo» (Lc 10, 20). A ellos se les ha concedido la
experiencia del amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y
esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud del
corazón de Jesús. Lucas ha captado este júbilo en una perspectiva de
comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo»
dirigiéndose al Padre y alabándolo. Este momento de íntima alegría brota
de lo más profundo de Jesús como Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y
de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y
se las ha revelado a los pequeños (Lc 10, 21). Dios ha escondido y
revelado y, en esta oración de alabanza, se pone de relieve, sobre todo,
lo revelado. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios
de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria
sobre Satanás.
Dios ha escondido todo esto a
aquellos que están demasiado llenos de sí y pretenden saberlo ya todo.
Están como cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios.
Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús a
los que Él mismo advirtió en varias ocasiones, pero se trata de un
peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En
cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los
marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que
Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en
José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo
largo del camino, en el curso de su predicación.
3. «Sí, Padre, porque así te ha
parecido bien » (Lc 10, 21). La expresión de Jesús debe entenderse con
referencia a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan
salvífico y benevolente del Padre hacia los hombres. En el contexto de
esta bondad divina Jesús se regocija, porque el Padre ha decidido amar a
los hombres con el mismo amor que Él tiene por el Hijo. Además, Lucas
nos recuerda el júbilo similar de María, «Proclama mi alma la grandeza
del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1, 46-47). Se
trata de la buena Noticia que conduce a la salvación. María, llevando
en su vientre a Jesús, el Evangelizador por excelencia, al encontrarse
con Isabel, exulta de gozo en el Espíritu Santo, cantando el Magnificat.
Jesús, al ver el éxito de la misión de sus discípulos y, por tanto, su
alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en
oración. En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación que
tiene lugar, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta
nosotros y, por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos hace entrar
en la vida de la Trinidad.
El Padre es la fuente de la alegría.
El Hijo, su manifestación, y el Espíritu Santo, su animador.
Inmediatamente después de alabar al Padre, como dice el evangelista
Mateo, Jesús nos invita: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para
vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt
11,28-30). «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida
entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por
Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 1).
De este encuentro con Jesús, la
Virgen María ha tenido una experiencia completamente singular y se ha
convertido en “causa nostrae laetitiae”. Y los discípulos han recibido
la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él a predicar el
Evangelio (Mc 3, 14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no
entramos también nosotros en este río de alegría?
4. «El gran riesgo del mundo actual,
con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza
individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Exhort.
Ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de alcanzar la salvación que nos ha traído Cristo.
Los discípulos son aquellos que se dejan aferrar cada vez más por el
amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios,
para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización.
Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea
de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero,
teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa
tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes,
como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio,
donde hay más personas pobres en espera.
En muchas regiones escasean las
vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a
la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, por
lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres.
Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos
a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a
las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor,
deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones.
Entre éstas no deben olvidarse las vocaciones laicales a la misión. Hace
tiempo que ha crecido la conciencia de la identidad y de la misión de
los fieles laicos en la Iglesia, así como la sensibilización de que
ellos están llamados a desempeñar un papel cada vez más importante en la
difusión del Evangelio. Por eso es importante una formación adecuada,
en vista de una acción apostólica eficaz.
5. «Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9, 7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes.
La contribución económica personal es el signo de una oblación de sí
mismos, en primer lugar al Señor y luego a los hermanos, para que la
propia ofrenda material se convierta en un instrumento de evangelización
de una humanidad que se construye sobre el amor.
Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi pensamiento se dirige a todas las Iglesias locales. “¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!”
(Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 83). Os invito a sumergiros en la
alegría del Evangelio y a alimentar un amor capaz de iluminar vuestra
vocación y vuestra misión. Os exhorto a recordar, como en una
peregrinación interior, el “primer amor” con el que el Señor Jesucristo
ha caldeado el corazón de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia,
sino para perseverar en la alegría. El discípulo del Señor persevera en
la alegría cuando está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte
la fe, la esperanza y la caridad evangélica.
A María, modelo de evangelización
humilde y alegre, dirigimos nuestra oración, para que la Iglesia, casa
de puertas abiertas, se convierta en un hogar para muchos, una madre
para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo.
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