viernes, 12 de septiembre de 2014

Exhortación Apostolica "EVANGELII GAUDIUM"

Capítulo primero: La transformación misionera de la Iglesia
Este capítulo se divide en cinco apartados que quieren plantear los criterios que el Papa propone para que la Iglesia se coloque toda ella en clave misionera en respuesta al mandato de Jesús (Mt 28, 19-20).
I. Una Iglesia en salida (20-24): con el modelo de Jesús y los Apóstoles, el Papa exhorta a cada cristiano y cada comunidad a “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20). El encuentro íntimo con Jesús lleva a una “intimidad itinerante” y es una “comunión misionera” y propone el Papa un esquema en pasos para esa salida de sí: “Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar” (EG 24).
II. Pastoral en conversión (25-33): el Papa reconoce que no se puede “dejar las cosas como están” y pide a todas las comunidades una “conversión pastoral y misionera” (EG 25). Así, para tal conversión recuerda a Pablo VI y al Concilio Vaticano II que enseñan que la renovación de la Iglesia se realiza en fidelidad a la propia vocación (EG 26) y quiere que esa renovación alcance todo: costumbres, estilos, horarios, lenguaje y toda estructura (EG 27). Así, pasa revista a algunos aspectos de esa renovación para la parroquia, los movimientos e instituciones eclesiales, las diócesis, el Obispo y el Papado.
III. Desde el corazón del Evangelio (34-39): luego de señalar que la Iglesia tiene que “convertirse”, el Papa se detiene a explicar cómo la evangelización debe presentar “el núcleo esencial del Evangelio” que otorga “sentido, hermosura y atractivo” a todos los contenidos de la fe (EG 34). El Papa escribe teniendo presente que hoy ante “la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado” (EG 34). Se refiere a la jerarquía de verdades en la doctrina católica (EG 36) y también a la jerarquía de las virtudes, señalando la principalidad de la ley nueva que está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor (EG 37, con cita de Santo Tomás de Aquino). Pide entonces que no mutilemos la integralidad del mensaje del Evangelio.
IV. La misión que se encarna en los límites humanos (40-45): en la misión, el Papa señala por un lado la existencia de distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral que enriquecen a la Iglesia y desarrollan mejor la inagotable riqueza del Evangelio (EG 40) y se detiene en la importancia del lenguaje para que el anuncio del Evangelio y su belleza sea mejor percibida por todos. Refiere a algunas costumbres propias de la Iglesia que no están directamente ligadas al núcleo del Evangelio y que pueden ser revisadas y también a algunos preceptos eclesiales (EG 43). Pone especial énfasis en la importancia de acompañar con misericordia y paciencia las etapas de crecimiento de las personas, porque la tarea evangelizadora “se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias” (EG 45).
V. Una madre de corazón abierto (46-49): remitiendo al pasaje del hijo pródigo y el padre misericordioso, el Papa señala que quiere una Iglesia “de puertas abiertas”, que no sea una “aduana”, sino “la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG 47).

Capítulo segundo: En la crisis del compromiso comunitario
Luego de haber presentado los criterios que deben guiar a la Iglesia en su renovación para cumplir con el mandato misionero de Jesús, en dos apartados en el capítulo II el Papa realiza un agudo diagnóstico tanto de la cultura que condiciona la actividad evangelizadora, como de las tentaciones propias de los agentes evangelizadores.
I. Algunos desafíos del mundo actual (52-75): este primer apartado es un actualizado diagnóstico cultural de cara a la tarea evangelizadora de la Iglesia. Comienza con una fuerte interpelación:
  • “No a una economía de la exclusión (53-54)”,
  • “No a la nueva idolatría del dinero (55-56)”,
  • “No a un dinero que gobierna en lugar de servir (57-58)”,
  • “No a la inequidad que genera violencia (59-60)”.
Estos pasajes son una fuerte denuncia de una “crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!” (EG 55) y hay un rechazo de la ética y de Dios (EG 57).
En este apartado también se refiere a “algunos desafíos culturales” (61-67), entre los que se encuentran el relativismo, la persecución religiosa, una cultura predominante donde “lo real cede el lugar a la apariencia”, una globalización que se impone sin respetar la fisonomía cultural de los pueblos, unos nuevos movimientos religiosos que, por un lado tienden al fundamentalismo y por el otro a una espiritualidad individualista sin Dios (EG 63). Refiere a las consecuencias del proceso de secularización que lleva a “una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada” (EG 64), a la “crisis cultural profunda” que atraviesa la familia y al estilo de vida individualista que debilita los vínculos.
En ese contexto, señala los “desafíos de la inculturación de la fe” (68-70) y la importancia de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. También analiza los “desafíos de las culturas urbanas” (71-75), en un novedoso enfoque que señala cómo en la ciudad lo religioso está mediado por diferentes estilos de vida y la necesidad de “imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas para los habitantes urbanos (EG 73). Pide a la Iglesia llegar “allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades” (EG 74). Finalmente presenta los “males urbanos” y la importancia de la Iglesia de vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos.
II. Tentaciones de los agentes pastorales (76-109): con la sabiduría de un padre espiritual, el Papa realiza una profunda interpelación a los agentes evangelizadores sobre sus actitudes más profundas y su fidelidad al Evangelio. Así,
  • el Papa pide una espiritualidad misionera llena de entusiasmo, como respuesta a la caída del fervor, al individualismo de los agentes pastorales y a una crisis de identidad que surge por el relativismo que mina las propias convicciones (78-80).
  • También pide la alegría evangelizadora como respuesta a la acedia egoísta que paraliza (81-83).
  • Otra tentación que denuncia el Papa es el “pesimismo estéril” al que contrapone la esperanza cristiana (84-86).
  • Ante la tentación del aislamiento, de la sospecha, la desconfianza y el temor a ser invadidos, el Papa pide a la Iglesia que no nos dejemos robar la comunidad y las “relaciones nuevas” que genera Jesucristo (87-92).
  • Otra firme denuncia del Papa se refiere a la mundanidad espiritual, que es un mal que afecta al cristiano de modo que no busca la gloria de Dios sino la gloria propia y los propios intereses y pide que no nos dejemos robar el Evangelio (93-97).
  • Finalmente, denuncia la tentación de la “guerra entre nosotros”, que lleva a las divisiones, calumnias, difamaciones, enfrentamientos al interior de la Iglesia y nos pide vivir el ideal del amor fraterno (98-101).
El capítulo termina con “otros desafíos eclesiales” (102-109), en los que se refiere a los laicos, a la mujer en la Iglesia, a la pastoral juvenil, a las vocaciones a la vida consagrada y el sacerdocio y termina pidiendo a las comunidades que completen el diagnóstico y que se renueven en la fuerza misionera.

Capítulo tercero: El anuncio del Evangelio
Luego del agudo diagnóstico sobre los condicionamientos culturales y las tentaciones que amenazan a los agentes evangelizadores, el Papa dedica el tercer capítulo a la proclamación explícita de que Jesús es el Señor, que debe primar en toda actividad evangelizadora (EG 110). Este anuncio lo realizada todo el Pueblo de Dios (I), otorgando un lugar especial a la homilía (II), a la preparación de la predicación (III) y a la evangelización para profundizar el kerygma por la catequesis, la educación, el acompañamiento personal, dando centralidad a la Palabra de Dios (IV):
I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio (111-134): en este apartado el Papa recuerda que la salvación de Dios es “para todos” y que todos están llamados a formar parte del Pueblo de Dios (112-114). Para el Papa, “Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia” (EG 113). Ese pueblo asume muchos rostros, de modo que las enseñanzas del Papa se refieren a la relación entre el Evangelio y las culturas (115-118). Para responder a quienes piensan que la evangelización es tarea de algunos, el Papa insiste en que todos estamos llamados a ser discípulos misioneros (119-121). Con estas precisiones, el Papa reflexiona sobre la fuerza evangelizadora de la piedad popular (122-126), señalando que “en la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo” (EG 123). También realiza una propuesta muy clara y accesible para una predicación informal accesible a todos y en todos los lugares, a través de la evangelización persona a persona (127-129), y sobre el lugar de los carismas al servicio de la comunión evangelizadora (130-131). Finalmente, presenta algunas reflexiones sobre la evangelización en el campo de la cultura, el pensamiento y la educación (132-134).
II. La homilía (135-144): el Papa otorga un lugar central de su exhortación a la renovación eclesial en torno a la homilía en la convicción que “la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento” (EG 135). El Papa la ubica en su contexto litúrgico (137-138) y recuerda que “la homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración”. Señala como modelo “la conversación de la madre” (139-141) y exhorta a dar palabras que hacen arder los corazones (142-144).
III. La preparación de la predicación (145-159): para el Papa, preparar la predicación “es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral” (EG 145). El Papa pide que ante el texto bíblico, con la ayuda del Espíritu Santo, se evite todo intento de manipulación, se haga un acto de amor y se busque el mensaje central, en lo que llama un “culto a la verdad” (146-148). Para el Papa es fundamental que el predicador viva la personalización de la Palabra (149-151), pues “Jesús se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella” (EG 150). En particular, propone la lectura espiritual o “lectio divina”, como “forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu” (152-153). También insiste el Papa que el predicador tenga “un oído en el pueblo” (154-155) y se detiene en la importancia de los recursos pedagógicos (156-159).
IV. Una evangelización para la profundización del kerygma (160-175): retomando la parte final del mandato misionero de Jesús, que pide que se les enseñe “a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,20), el Papa dedica el último apartado de este capítulo a la formación para profundizar el kerygma. Aquí enfatiza la centralidad del kerygma, que “es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre” (EG 164). Así, explica algunos criterios para la renovación de la catequesis de modo que sea “kerygmática y mistagógica” (163-168). Luego propone la importancia del “acompañamiento personal de los procesos de crecimiento” (169-173) y señala la centralidad de la Palabra de Dios (174-175).

Capítulo cuarto: La dimensión social de la evangelización
Luego de haber reflexionado sobre el anuncio explícito del Evangelio, en el capítulo cuarto el Papa quiere compartir sus “inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (EG 176). Para ello, desarrollará las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma (I), la inclusión social de los pobres (II), el bien común y la paz social (III) y el diálogo social como contribución a la paz (IV).
I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma (177-185): el Papa enfatiza que “el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social” (EG 177) y de allí que presente la relación entre la confesión de la fe y el compromiso social (178-179). Es clave en este sentido la confesión trinitaria con la dignidad de la persona humana (EG 178). En este sentido, conecta esta dimensión social con el Reino de Dios que nos reclama (180-181) y se detiene a decir una palabra, ante las tendencias laicistas, sobre el lugar que tiene la enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales (182-185), afirmando enfáticamente: “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos” (EG 183).
II.  La inclusión social de los pobres (186-216): en uno de los apartados más largos de todo el documento, el Papa se detiene mucho en la importancia de escuchar el clamor de los pobres. En primer lugar, señala que si nos unimos a Dios, escuchamos el clamor de Dios (187-192), y retomando las palabras de Jesús en la multiplicación de los panes (Dénles de comer ustedes mismos), dirá que ello “implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos” (EG 188). Recuerda que esta opción por los pobres supone una fidelidad al Evangelio “para no correr en vano”, como afirma San Pablo en Gálatas 2,2 (193-196). El Papa se refiere al lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios (197-201), y es firme al afirmar que “nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos” (EG 201). Se detiene luego en algunos desafíos de la economía y distribución del ingreso (202-208) y en la tarea eclesial de cuidar la fragilidad (209-216): los más pequeños, los lentos, débiles o menos dotados (EG 209), las nuevas formas de pobreza y fragilidad (los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, y los migrantes (EG 210), las personas que son víctimas de la trata (211), las mujeres que sufren exclusión, maltrato y violencia (212), los niños por nacer a quienes se les quiere negar la vida, aclarando que “no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión” (214), pero también señalando que “hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias” (214). Finalmente también habla de la fragilidad del conjunto de la creación (215).
III.  El bien común y la paz social (217-237): recordando que “la dignidad de la persona humana y el bien común” son los dos ejes centrales de la vida social, el Papa se detiene a proponer cuatro “principios” necesarios para avanzar en la construcción “de un pueblo en paz, justicia y fraternidad”. Estos cuatro principios son:
  • El tiempo es superior al espacio (222-225): aquí enfatiza la importancia de los procesos para construir un pueblo, sabiendo que ello nos permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos.
  • La unidad prevalece sobre el conflicto (226-230): para el Papa, en la sociedad el conflicto no puede ser ignorado o disimulado, sino que tiene que ser asumido, sin detenerse en la coyuntura conflictiva sino percibiendo “el sentido de la unidad profunda de la realidad” (EG 226). “Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso: ¡Felices los que trabajan por la paz!” (227). Formula aquí por primera vez la propuesta de un “pacto cultural” que luego retomará en el apartado dedicado al diálogo.
  • La realidad es más importante que la idea (231-233): para el Papa, existe una tensión bipolar entre la idea y la realidad y señala que es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma y por ello concluye que la realidad es superior a la idea (231). Este criterio hace a la Encarnación de la Palabra y su puesta en práctica (233).
  • El todo es superior a la parte (234-237): finalmente, recogiendo la tensión entre globalización y localización, el Papa señala que “se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia” (235), siguiendo el modelo del “poliedro” que “refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (236).
IV.  El diálogo social como contribución a la paz (238-258): luego de haber desarrollado la importancia de la dignidad humana (II) y del bien común (III), el capítulo se cierra con unas orientaciones sobre la evangelización y el camino del diálogo. Así, señala tres campos de diálogo para la Iglesia: “con los Estados, con la sociedad –que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias- y con los otros creyentes que no forman parte de la Iglesia Católica” (238). Aquí el Papa ofrece la colaboración de la Iglesia para con las autoridades nacionales e internacionales y vuelve sobre la idea de un “pacto social y cultural”, exhortando a “una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones” (EG 239). El documento se detiene luego en el diálogo entre la fe, la razón y las ciencias (242-243), el diálogo ecuménico (244-246), las relaciones con el Judaísmo (247-249), el diálogo interreligioso (250-254) y finaliza con el diálogo social en un contexto de libertad religiosa (255-258).

Capítulo quinto: Evangelizadores con Espíritu
En el capítulo final, el Papa se propone ofrecer “algunas reflexiones acerca del espíritu de la nueva evangelización” (260), invocando al Espíritu Santo que es “el alma de la Iglesia evangelizadora”, para que venga a “renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos” (261). Este capítulo tiene dos apartados: por un lado, las motivaciones para un renovado impulso misionero (I) y por el otro, la presentación de María, Madre de la Evangelización (II).
I. Motivaciones para un renovado impulso misionero (262-283): para el Papa, los evangelizadores tienen que evitar propuestas parciales y desintegradoras y deben conjugar oración y trabajo: “no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón” (262). Así, propone cuatro motivaciones que nos pueden ayudar a imitar el ejemplo de los primeros cristianos:
  • La primera motivación es el encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva (264-267), invitando a que todos hagamos experiencia del amor de Dios, pues “una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie” (266).
  • La segunda motivación es el gusto espiritual de ser pueblo (268-274), que significa “estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior” (268), tener la pasión por su pueblo que tuvo Jesús, como modelo. Aquí tiene palabras muy interpelantes para los laicos, al decir que “hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego” por la misión de “iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar” de modo que cada uno pueda decir “yo soy una misión en esta tierra” (273).
  • La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu (275-280): ante la tentación del pesimismo, el fatalismo y la desconfianza y la idea de que nada se puede cambiar, hay que descubrir que “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza” (275) y que la fe es creer que es verdad que Jesús “nos ama, que vive y que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad” (278), descubriendo el “sentido de misterio” y la certeza de una fecundidad a veces invisible, inaferrable y que no puede ser contabilizada (279). También es confianza en el Espíritu Santo que viene en ayuda de nuestra debilidad (Rm 8, 26).
  • La fuerza misionera de la intercesión (281-283): finalmente, propone una forma de oración que “nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión” (281). La intercesión es como “levadura en el seno de la Trinidad” (283), siguiendo el ejemplo del “gran evangelizador” que es San Pablo.
II. María, la Madre de la evangelización (284-288): la exhortación culmina con una mirada de hijos a María, que está en medio del pueblo cuando se invoca al Espíritu Santo en Pentecostés. El Papa presenta a María como el regalo de Jesús a su pueblo (285-286) y la presenta como Estrella de la nueva evangelización (287-288), en tanto ella “intercede” por la nueva etapa evangelizadora, y es “modelo” de evangelización a través de un “estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia” (288), en una “dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás”.


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